Las personas pasamos una tercera parte de nuestras vidas durmiendo. Se trata de un estado fisiológico que nuestro organismo necesita para recuperar la energía perdida y recargar la batería para el día siguiente. Las alteraciones del sueño afectan a un 25% de la población de los mayores de 30 años y, a pesar de ello, en algunos casos no se conoce del todo su naturaleza.
Muchos son los especialistas en descanso de todo el mundo que afirman que dormir bien alarga la vida. La calidad en nuestras actividades y la cantidad de horas de sueño están directamente relacionadas, como también con la esperanza de vida. Pero, ¿por qué?
A pesar de que se trata de una vinculación escasamente estudiada, es evidente que dormir mal provoca alteraciones en el organismo y en la salud en general. De entre los diferentes trastornos existentes, el insomnio es el más frecuente, y también se han establecido unas causas principales: la existencia de luz natural o artificial en la habitación cuando nos acostamos. Los teléfonos móviles, ordenadores, televisores, o incluso los rayos de sol que se pueden escabullir entre las persianas, pueden ocasionar verdaderos problemas relacionados con el sueño.
Aunque la cantidad de horas que descansamos sí que puede jugar con nuestra esperanza de vida, no existe un patrón físico que deban seguir todas las personas. De hecho, cada uno duerme el tiempo que necesita y, por ello, es imperativo averiguarlo. Algunos necesitan dormir de cuatro a cinco horas, mientras que otros precisan hasta más de diez para sentirse descansado durante todo el día siguiente.
La tranquilidad, la regularidad y el establecimiento de hábitos fijos son normas esenciales para conciliar el sueño sin dificultades. El estilo de vida de las grandes urbes, pautado por las prisas, el estrés, los ruidos y ciertas condiciones lumínicas, no favorece para nada la posibilidad de dormir de forma reparadora. Algunos expertos indican que aún no se conocen del todo bien las consecuencias de llevar una vida ajetreada y condicionar el sueño en muchas circunstancias. Y esto no sólo afecta a los adultos, sino también a los más pequeños de la casa.
Resistirse a meterse en la cama, dificultad para conciliar el sueño, permanecer dormidos sin poder despertarse… Estas son algunas de las consecuencias que se manifiestan en los niños, algo que también afecta a su rendimiento escolar. Sin embargo, incluso hay algunos más serios: el insomnio infantil, la enuresis nocturna (mojar la cama), el sonambulismo, la somnolencia diurna y algunos problemas respiratorios, como roncar.
Desde Velfont recomendamos aclimatar debidamente la habitación en la que vamos a dormir y dotarla de los elementos de descanso que más se adecúen a las necesidades de cada uno. Además, es preciso tomarse la noche con tranquilidad, relajación y establecer hábitos fijos antes de acostarse, como si se tratara de un ritual.